Infancia, trabajo y empatía
* Por Orlando Macharé
El mundo de los niños, niñas y adolescentes trabajadores es, a mi juicio, uno de los temas más controvertidos e interesantes que se pueden encontrar dentro de las realidades latinoamericanas. La mayoría de las reflexiones entre la opinión pública y los grupos académicos giran en relación con una pregunta: ¿Está usted de acuerdo o no con que un menor de edad trabaje?
Responder a la pregunta demanda por lo general hacer grandes revisiones teóricas (paradigmas), jurídicas (OIT) y hasta morales sobre la capacidad de los menores de edad respecto a cierta actividad laboral. No obstante, más allá de una exploración hermenéutica del problema, he de señalar que actualmente la relación entre el mundo de los niños y adolescentes trabajadores (NATs) y el mundo de los adultos no estaría exenta de una pérdida de empatía y afecto.
Contrario a lo que se suele señalar en los discursos más oficialistas que dan cuenta de una real “preocupación” sobre el fenómeno de los menores de edad que laboran en las metrópolis latinoamericanas, hoy la infancia trabajadora estaría asistiendo a un escenario público de cierto talante condenatorio. Y la pérdida del afecto, junto con la condena sin conocimiento, síntomas de la fragilidad de los vínculos humanos, son dos eslabones que llevan al ostracismo.
El trabajo infantil, como ningún otro fenómeno social de la infancia, es el que hace que un grupo de adultos (académicos, autoridades y ciudadanía en general) se preocupe por delimitar las diferencias con los “otros”, y los “otros”, para el caso, serían los niños, niñas y adolescentes trabajadores.
El sociólogo e historiador G. Nugent, abre una veta inquietante para entender este nuevo escenario en la configuración de la cultura peruana, el cual haría referencia al paso “de la alteridad a la empatía”. La palabra “alteridad”, que no pertenece al uso coloquial, sería usada como una manera para enfatizar las diferencias con los demás, con los “otros” o con “el otro”. La “empatía”, si bien no está envuelta en un aire de extrañeza tan marcado como sucede con la alteridad, es una manera de ponerse en el lugar de los demás. Pero sobre todo, la empatía es la comunicación eficaz para la coordinación de acciones. (G. Nugent, 2016: 181). [1]
Según esto, aunque el trabajo infantil esté envuelto en un aire de absoluta preocupación pública y lleno de buenas intenciones entre los adultos, este sería usado más como un “problema” para enfatizar las diferencias de una infancia “frustrada y perdida” en relación con otra “protegida y realizada”. ¿Se les hace familiar término como “niños víctimas”, “niños pobrecitos” o “niños explotados”?
Muy pocos adultos “empatizan” afectivamente con los niños, niñas y adolescentes, trabajadores, aunque muchos busquen “atenderlos” generosamente y, en el mismo nivel, muchos adultos se refieren a los estos chicos como a “los que hay que rescatar” o “salvar”, es decir, y sin dejar de tener desprendidos propósitos, siempre reconociéndolos como los “otros”.
No empatizar con un sector de la infancia, como suele suceder con los niños, niñas y adolescentes trabajadores, no solo sería síntoma de la pérdida del afecto y la comprensión, sino que prepararía el camino para la estigmatización, la discriminación y el racismo, tan presentes en la sociedad peruana hoy en día.
Quizá una manera práctica de abordar las diferencias culturales en el Perú pasen por considerar los modos y medios de comunicación existentes. Todo parece indicar que hay desde el comienzo una dificultad para la comunicación que se convierte en una dificultad política y una de las que mayor permanencia ha tenido en la historia de los últimos siglos (G. Nugent, 2016: 189). El trabajo infantil sería un problema no exceptuado de tener “mucha mezcla y poca traducción”.
Hoy, lo que se conoce como “trabajo infantil”, desde la concepción oficial del término, en el fondo, sería una manera de dar cuenta de las “mezclas” de la realidad social, en la cual se manifiestan diferentes actividades laborales de los menores de edad. Las reglas y normas que lo regulan impostarían una manera de abordar las “mezclas”, ya que se han hecho grandes esfuerzos en darle un mismo significado al trabajo como derecho y a los delitos en contra de la infancia como “peores formas de trabajo infantil”.
Es lo señalado, por ejemplo, en el Convenio 182 de OIT sobre Peores Formas de Trabajo Infantil, donde se reconoce como “formas de trabajo” a las formas de esclavitud o sus prácticas análogas, es decir, la utilización, el reclutamiento o la oferta de niños/as para la prostitución, la producción de pornografía o actuaciones pornográficas; la utilización, el reclutamiento o la oferta de niños/as para la realización de actividades ilícitas, en particular la producción y el tráfico de estupefacientes, y el trabajo que, por su naturaleza o por las condiciones en que se lleva a cabo, es probable que dañe la salud, la seguridad o la moralidad de los niños/as.
La poca “traducción” sobre el fenómeno sería hasta cierto punto lo que se encontraría en los modos y los medios de comunicación que “informan” sobre el trabajo infantil. Los modos de comunicación harían referencia a las formas en que son abordadas y tratadas, por ejemplo, fechas conmemorativas como el 12 de junio, Día Internacional en contra del Trabajo Infantil, así como las noticias y las cifras al respecto. ¿Se les hace familiar la relación automatizada entre trabajo infantil y pobreza en América Latina? Los medios de comunicación son los espacios en donde los profesionales de la comunicación junto con los “expertos en el tema” (generalmente adultos hablando de los “otros”) emitirían sus puntos de vista; puntos de vista que traducen las “mezclas”.
Un ejemplo claro se encontraría en la publicidad comercial en la que carteles, portadas de publicaciones e incluso spots radiales y televisivos están cargados de imágenes de niños, niñas y adolescentes en condiciones indigentes, de explotación y conmiseración, que remitirían mecánicamente a un estado de perpetuación de la pobreza.
En el día a día, se ha configurado un lenguaje o el modo de comunicación que ha definido una manera particular de referirse a los “otros” niños trabajadores bastante cercanos a una especie de señalamiento moral. De ahí que por ejemplo se les asuma únicamente como “indefensos”, “explotados”, “marginales”, “pobrecitos”, “niños sin infancia”, etc. Señalar al “otro” como pobre, prepara el camino de los discursos de la inseguridad, la marginalidad, la peligrosidad, la informalidad, la suciedad y la indecencia, es decir, todo un catálogo que deberían “cumplir” naturalmente los “otros”.
En definitiva, en nuestra condición de adultos, si queremos comprender el mundo de los niños, niñas y adolescentes trabajadores, debemos, primero, revisar nuestras culturas adultocéntricas y llenarnos de una fuerte dosis de empatía para reconocerlos más como los “nuestros” que como los “otros”.
(*) Orlando Macharé es Sociólogo peruano por la UNMSM. En su niñez y adolescencia fue delegado del Movimiento Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes Trabajadores Organizados de Perú (MNNATSOP).
[1] NUGENT, Guillermo (2016): Errados y errantes: Modos de comunicación en la cultura peruana. Lima, Estación la Cultura.
Ph. Marco de Gaetano.
Fuente: www.enclavedeevaluacion.com